Así la define Antonio Cruz, como «una nave espacial de atmósfera sideral» que provocó «una explosión de libertad», en palabras ahora de Rafael Márquez Chapas, a la escena nocturna y musical cordobesa de principios de los 90. La discoteca Plató abrió sus puertas en la calle Góngora, en pleno Centro de Córdoba el 9 de febrero de 1989. Treinta y cinco años después (se dice pronto), aún hay nostálgicos de varias generaciones que recuerdan el buen rollo, el contagioso flow que se respiraba en aquel espacio pionero que consiguió concitar en paz y compaña a casi todas las tribus urbanas del momento. José Miguel Gutiérrez, un empresario del mueble con olfato para los negocios, con cero vinculación hasta el momento con el mundo de la noche, fue quien tuvo la idea y el olfato para poner en marcha el proyecto. «Un día entré en el bingo Círculo Mercantil que había en ese local, vi que aquello estaba de capa caída y se me ocurrió que era el sitio ideal para abrir una discoteca al estilo de las que había en Madrid o Valencia», recuerda.
La propiedad empezó dándole pares y nones, pero al final consiguió convencerlos para vender el inmueble y el proyecto echó a andar. «Yo tenía 28 años, convencí a otros tres socios para invertir y, sin dejar de trabajar de día, busqué al equipo con el que convertimos Plató en lo que sería», recuerda. José MIguel recuerda que en plena obra se cruzó la huelga general de 1988 y aunque la intención era abrir en la Nochevieja de 1989, hubo que esperar otro mes y pico para abrir las puertas. «Convertir el bingo en nave espacial costó 67 millones de las antiguas pesetas, pero valió la pena porque se convirtió en una mina de oro desde el primer día. «En la inauguración, ofrecimos una copa de regalo, pero empezamos a cobrar las segundas copas y ese primer día ya hicimos una caja importante».
El local era «una pasada», algo nunca visto hasta entonces, una inmensa nave pintada entera de negro, incluido el techo, con capacidad para casi mil personas. «Tuvimos mucho cuidado en hacer las cosas bien, un año o dos antes había ocurrido en Madrid la tragedia de Alcalá 20 y la seguridad era una máxima», asegura Gutiérrez, que apunta que tuvieron que cambiar una escalera a última hora porque medía 5 centímetros menos de lo estipulado por un cambio de normativa. Además, fue necesario que Sevillana abriera 200 metros de acerado para meter un cableado capaz de abastecer de la potencia eléctrica que Plató requería.
En un fin de semana, asegura Antonio Cruz, que venía del pub El Punto y fue jefe de sala desde la inauguración al cierre del local, además de propietario de una parte del negocio durante unos años, «entraban unas 4.000 personas y teníamos colas hasta Cruz Conde de gente esperando para entrar». Los sábados llegaron a trabajar 24 personas en la sala, que contrató a Prosegur, la empresa puntera en seguridad en ese momento.
José Miguel Gutiérrez eligió el nombre de Plató después de uno de los viajes que hizo a Madrid para conocer cómo funcionaban este tipo de locales en la gran ciudad. «Mi primera opción era llamarla U2, que era un grupo que pegaba muy fuerte en ese momento, pero no sabía si el nombre estaba registrado y si acabarían pidiéndonos dinero por usarlo», recuerda.
Rafa Chapas, portero de Plató, tenía instrucciones claras de a quién debía dejar entrar y a quién no. Todos los años, hacían entre mil y dos mil tarjetas de socios, a los que se sumaban los cientos de cordobeses y turistas de todos los puntos de España que acudían a Córdoba a probar la magia de Plató. «La inauguración fue una pasada, no había nada parecido no solo en Córdoba sino en Andalucía, había un ambiente muy exclusivo, gente guapa de todos los colores, géneros y tendencia sexual», afirma Chapas.
En total, había cuatro barras, una de ellas, la de arriba, de corte lgtbi como se diría ahora, que atraía al público homosexual, que allí encontró también un espacio de libertad. Según Antonio Cruz, «la gente de Madrid cuando venía a Plató nos decía que lo que habíamos creado no existía en la capital, donde había salas de ambiente, salas para rockers, pijos… mientras que aquí todos tenían su espacio y todos querían estar y lucir su rollo». Como suele ocurrir en las discotecas desde aquellos inicios, las chicas solían entrar con más facilidad que los chicos en un intento de «equilibrar la presencia de hombres y mujeres», ya que siempre había una multitud de ellos, el doble que de ellas, intentando entrar, afirma el responsable de la puerta.
Músicos y gente guapa
También atraía a los músicos que pasaban por la ciudad. «Había concierto en directo todos los jueves de grupos de formato medio como 091 o 21 japonesas, entre otros muchos, pero además si alguien tocaba en La Axerquía, acababa bailando en Plató», aseguran. Una de las anécdotas más sonadas lleva el nombre de Tino Casal, a quien Chapas no dejó entrar por sus malas pintas. «Yo no lo conocía y cuando vi su mal aspecto le dije que no podía entrar y se fue echando pestes», recuerda. Aquello granjeó a la sala la fama de ser una de las discotecas con la puerta más difícil, según publicó un periódico de Madrid. «También altos cargos, no daremos nombres, que querían entrar por la cara, y les pedíamos que pagaran como todo el mundo», asegura Cruz.
La entrada empezó costando 750 pesetas con copa incluida y al año siguiente se subió a 1.000 pesetas. «La música era el plato fuerte de la discoteca, como debe ser. Los primeros años, Antonio Cruz y Manolo Contreras, el primer dj residente, viajaban cada dos meses a Londres y Amsterdam para traer las novedades calentitas a Plató. El equipo que abrió la discoteca eran veinteañeros que venían de haber trabajado en otras salas y que conocían a todo el mundo en la noche, por lo que solo ellos atraían al local a media Córdoba. El ambiente, la música y el boca a boca hizo el resto. La famosa movida madrileña tenía reflejo por fin en una Córdoba que abrazaba el soplo de aire fresco y la modernidad con muchas ganas.
Cuatro sesiones para todos los públicos
La nave espacial Plató era garantía de fiesta para todas las edades. Había cuatro sesiones desde la light para niños de hasta 12 años hasta la sesión golfa hasta las 6.30 horas para el público más canalla. «En esa época había otra forma de divertirse, los padres dejaban a sus hijos con nosotros sin problema, éramos muy profesionales y sabían que estaban seguros», afirma el exjefe de sala. Eso sería impensable hoy en día. Todos echan de menos la estética de entonces. «Había más modeleo, gente más arreglada, más guapa que ahora», afirma convencido Antonio. José Miguel, Chapas y él coinciden en que «Plató marcó un antes y un después» y que la época de los clubes ya queda muy lejos.
Pese a lo llovido desde entonces, donde hubo fuego siempre quedan rescoldos y aún hay muchos nostálgicos de aquel pasado explosivo. Prueba de ello es la fiesta organizada esta noche en Hangar para rememorar los viejos tiempos. Que ustedes lo pasen bien.
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