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Lechu Herrera y las hazañas del arquero que atajaba con una bala en el aductor: fue héroe de Lanús y Los Andes y su vida se transformó en canción

Hay distintas clases de arqueros. Se pueden agrupar por estilos, porque son campeones, porque no lo fueron o por, incluso, apenas tardes memorables. Tal vez los hinchas olviden con mayor facilidad a un marcador de punta intrascendente, pero quien eligió cuidar los tres palos en lugar de divertirse pateando la pelota, tiene al menos una situación que lo inmortalice. Siempre hay una huella.

Para los hinchas de Los Andes o Lanús, Luis Alcides Herrera, es uno de esos héroes fundamentales. El Lechu -apodo que quedó de pequeño, por Lechuza-, fue clave en dos ascensos con esas camisetas.

Sería injusto encasillarlo. Podría formar ese subgrupo, junto a otros, que completaron una carrera con más partidos sentados en el banco que pisando el césped. Aunque sea verdad, esa y otras cosas no son las que lo definen. No es por eso que un mural callejero lo inmortaliza en Lanús, una canción lo homenajea y hasta hay un guante suyo en el Museo Granate. Su vida es historia.

“Estoy en Lanús desde los 10 años, cuando ingresé a las categorías infantiles”, fue lo que eligió decir el arquero, héroe en la cancha de Quilmes en 1990 por ser clave en la definición por penales que le dio el ascenso a Primera a Lanús después de 13 años. Esas declaraciones que publicó este diario al día siguiente del ascenso, hablaban más del logro, que del derrotero de Herrera en inferiores: el arquero sabía la magnitud del logro porque cuando el club lo fichó de pibe, el Granate jugaba en la Primera C.

La temporada anterior a la consagratoria, Lanús había sido protagonista pero una derrota en la última fecha ante Chaco For Ever le quitó el ascenso. Por como comenzó la 1989/90 no pintaba para la revancha, pero el debutante Miguel Angel Russo logró en el dodecagonal quedarse con el segundo ascenso y devolver al equipo a la Primera División.

Y ahí es donde fue fundamental Herrera, en la final contra Quilmes, de visitante. Lechu contuvo el tiro de Carlos Karabín y como el de Jorge Gáspari fue derecho al travesaño, el Granate volvió a la «A».

“Nos teníamos una fe bárbara para los penales, confiados en la gran noción que demuestra nuestro arquero Herrera en ese tema. Inclusive ya le había atajado penales a Blasón y al Indio Gómez”, destacó -ese mismo día- Horacio Bidevich, compañero en ese plantel y el primero en patear en la serie. Aunque siempre le habían dicho que no tenía altura para quedarse abajo de los palos, esa tarde demostró que podía ser arquero y llegar a Primera.

¿Quién fue Lechu Herrera?

En su cauce hasta el Río de la Plata, el Riachuelo divide la ciudad de Buenos Aires con los partidos del Conurbano. La costa frente a Villa Soldati es la de Villa Jardín, uno de los barrios que junto a Villa Caraza le dan forma a la localidad de Valentín Alsina, del partido de Lanús.

En una de esas esquinas, está el mural que recrea a pincel la foto que eligió la revista Solo Fútbol para graficar cuanta importancia tuvo Herrera en la vuelta del Granate la Primera División. De ahí, de ese espejo de agua pestilente que refleja a los vecinos de cada lado, era el Lechu.

Según a quien se le pregunte, hay una respuesta para tallar al personaje. La mayoría lo evoca con una anécdota. Hay muchas. Un auto chocado contra un volquete; un caballo para cortar el pasto del jardín; una puerta para prender fuego y hacer asado; y una bala en el aductor.

Miguel Russo y Lechu Herrera en el instante en que se consumó el ascenso de Lanús a Primera División después de 13 años. Foto archivo ClarínMiguel Russo y Lechu Herrera en el instante en que se consumó el ascenso de Lanús a Primera División después de 13 años. Foto archivo ClarínLiliana es, por 11 meses, la hermana menor. Los recuerdos no la llevan primero a la cancha, sino a la niñez. «Como hermano fue muy bueno, muy bueno. Tenía una sonrisa hermosa. Siempre me cuidaba. Tuvimos una hermosa infancia, fue al jardín. Después a la Escuela 59 Gabriela Mistral, primaria completa hicimos», apunta.

«Mamá y papá trabajaban, entonces nosotros nos quedábamos en casa cuidando a mi hermano más chico, Leo. Nos turnábamos, si él cocinaba yo lavaba y al revés. Pasamos muy linda la infancia. Mi papá lo llevaba a practicar a Lanús. Los domingos, o sábados, que iba a jugar yo me iba con ellos. Cuando le atajó el penal a Karabin con Quilmes, él se fue a donde estaba mi papá atrás del arco y le puso las manos para arriba y mi papá lloraba. Mi papá dejó muchas cosas de lado para darle a él, que no le falte. En su vestimenta, con los horarios para llevarlo al club… cuando no podía llevarlo, lo mandaba a mis tíos y él, después del trabajo, iba y volvían todos juntos», recuerda Liliana, con nítida emoción.

Los Andes, el segundo ascenso

Igual que en Lanús, en Los Andes tuvo más partidos como suplente, que titular. Llegó de la mano de Ramón Cabrero, que lo conocía del Granate, pero cuando el entrenador dejó el cargo, Lechu perdió la titularidad. Sin embargo, cuando le tocó pararse debajo de los palos desde el arranque, cumplió. El hexagonal por el ascenso a la B Nacional del campeonato de Primera B del 93/94 lo tuvo como protagonista en más de un partido.

Ante Defensa y Justicia, sus intervenciones fueron tan importantes como los goles de un muy joven Esteban Fuertes. En la semifinal ante Tigre, que había sido el campeón del Clausura pero perdió el ascenso directo ante el campéon del Apertura, Chacarita, Herrera volvió a ser fundamental. Tras el empate, la cosa fue a penales y no se sacaron ventaja en los primeros cinco. Luis Villarreal pateó afuera el suyo y Bichi tuvo desde los 12 pasos tuvo la oportunidad de llegar a la final, pero Daniel Cirrincione se lo atajó. Y llegó el turno del Lechu.

El arquero tomó carrera, pero estrelló la pelota en el palo. Vivo, el capitán y estratega del equipo, Gilmar Villagrán, le reclamó al árbitro que no había dado la orden para patear y lo repitieron. Así, Herrera gritó su gol y el Milrayitas jugó el ascenso con Armenio y subió a la B Nacional el mismo día que la Selección Argentina se quedaba afuera del Mundial de 1994, cuando le cortaron las piernas a Maradona. En la antesala de la Primera División, atajó apenas nueve partidos, el titular fue Manuel Serrano. De Lomas de Zamora, viajó a Bahía Blanca para sumarse en el Federal con Olimpo. Después, colgó los guantes.

El otro lado de Herrera

El mural que inmortaliza a Lechu Herrera en una esquina de Lanús.El mural que inmortaliza a Lechu Herrera en una esquina de Lanús.“Yo solía reunirme con los futbolistas en los bares. Un poco porque sentía que en el club, en las instalaciones, ellos eran locales. Entonces los sentaba en un bar que iba yo. Ahí los mozos me conocían a mí, no tenía que pedir nada porque me lo traían. Invitaba yo, siempre”, cuenta un viejo dirigente de Los Andes.

“Una vez, me acuerdo, se acercan dos tipos a plena luz del día y uno le puso un cuchillo debajo del pescuezo y le dijo algo al oído. El otro me miraba como si yo fuera a hacer algo y yo me quedé quietito con el pucho en la mano sin moverme. Herrera dijo una cosa así como ‘está bien, está bien, perdí, quedate tranquilo’ y se fueron sin sacarle nada”, cierra el hoy ex dirigente que antes de la revelación hace un silencio que el mismo rompe: “Lo que pasa es que Lechu andaba en la joda”.

Antes de ganarse la vida como futbolista, Herrera solía hacerlo de otra manera. El secreto a voces en los vestuarios de esa época era que antes de llegar a la Primera de Lanús, Herrera habría cometido algunos delitos. Había choreado. Al parecer, en un colectivo tras la voz de alto de uno de los pasajeros que se identificó como policía y la muñeca del colectivero para cerrar la puerta de atrás, quedó arrinconado y de ese atraco frustrado le quedó de recuerdo un plomo en el aductor.

En esa época los choferes además de manejar, cobraban y cortaban el boleto y daban el vuelto. No había máquinas y dependiendo del horario, podía haber una recaudación jugosa. “Hoy los que roban en el colectivo son menos que rastreros, le roban al laburante. Pero en esa época, los que se dedicaban a los colectivos le robaban a la empresa, generalmente no tocaban a los pasajeros”, explica Nahuel Gallotta, periodista especializado en Policiales. Al parecer, Lechu también supo entrar a alguna casa ajena.

«No sé si era chorro, ni me importa»

“No sé. La verdad no puedo confirmarte eso. Ni yo le pregunté ni él me contó. Circulaba eso que me preguntás, lo de la bala también y es verdad que el necesitaba masajearse mucho después de los entrenamientos. Pero, la verdad, a mi no me cambia absolutamente nada si fue o no chorro. Era un compañero con unos códigos tremendos. Y además te hacía cagar de risa”, resume Adrián González, quien jugó con Herrera en Los Andes y lo enfrentó, con la camiseta de Armenio, en aquella final por el ascenso al Nacional B.

El buen humor era una característica saliente de Herrera y su valentía ante situaciones de conflicto también. Cierta vez Los Andes visitaba a Morón y el arquero no sería de la partida pero fue al viejo estadio del Gallo para ver el encuentro de sus compañeros. En la entrada, no lo dejaban pasar. “¿Qué vas a ser jugador vos? Tomátelas”, le indicaron una, dos y hasta tres veces en uno de los accesos.

Hacía calor y los tatuajes de tinta china no lo ayudaban con el look and feel de los futbolistas, que por entonces, además, no se tatuaban. Se mandó igual y los de la entrada acudieron a la barra brava de Morón: “Se metió uno de la hinchada de Los Andes sin pagar”, alertaron y una comitiva de cuatro o cinco fueron poner las cosas en orden.

“Lo cagaron a trompadas, pero se la recontra bancó entre cinco y cuando pudo rajar, rajó. Se pudo meter en el vestuario porque alguien del club le abrió camino. El Lechu era así”, recuerda González, que después de dejar Los Andes le perdió el rastro. “No había celulares, redes sociales, nada. Tengo un gran recuerdo de él y así como me alegré cuando supe que Lanús le había dado trabajo, lamenté mucho su muerte”, asegura González.

“Un día me enteré que no tenía donde vivir y le presté un departamento. Lo único que te pido –le dije- cuidámelo y pagá las expensas y los impuestos, yo no te cobro alquiler. Pasó un año y un día caigo a ver el departamento y no sabés lo que era…. Arruinado. El baño lleno de oxido, todo roto, un agujero en la pared de yeso. ‘¿Qué pasó con eso?’, le pregunté. ‘El nene mío estaba aburrido y le dio con un martillo’, me dijo. ‘¿Y la puerta vaivén Lechu, dónde está? Ah, hice un asado y no tenía nada para prender’, me contestó”, recuerda Villagrán, compañero primero en Lanús y luego en Los Andes.

“No me pagó los impuestos. Lamenté habérselo dado, pero en ese momento no tenía donde vivir y ta’… pero ¿qué me voy a enojar? ¡Ya está! ¿Qué iba a hacer? Pero lo que más me molestó fue la puerta vaivén, era hermosa…”, lamenta todavía entre risas el uruguayo, otro que lo recuerda con un cariño enorme.

El arquero que también fue canción

Pocos futbolistas tienen canciones dedicadas. Quitando a Diego Maradona y Lionel Messi, la nómina se achica bastante. Ricardo Bochini, Claudio Paul Caniggia, Sergio Agüero y algunos más tienen en ritmo de cumbia o rock algún tema que los evoca. El Lechu, también.

El día del arquero forma parte del disco Un nuevo principio sin final de Etiqueta Rock and Roll, una banda de muchísima convocatoria por fuera del show business vernáculo. Casi que existe un paralelo en la popularidad de Herrera y la de la banda que lo homenajeó: son innegablemente conocidos para una porción del público que los consume, pero no para todos.

«Llegó a Primera y salió campeón; Y todo lo que ganó, con los pibes en la esquina él se la gasto», canta Etiqueta en una estrofa que lo pinta entero. El tema habla más del hombre, que del arquero.

«Solo atajar, solo jugar, solo entrenar y ganar; Pero cuando ya no pudo atajar más, obviamente ya nadie estaba con él; Sólo su familia y sus ganas de seguir atajando, pero esta vez solo a la vida; Que por culpa del alcohol y por su humilde forma de ser Dios se lo llevo con él», grafica el final del tema.

Los últimos días de Herrera

​Herrera quería seguir vinculado al fútbol. Lanús lo cobijó y trabajó en la utilería, pero no prosperó. Para entonces su vínculo con el alcohol era inmanejable y parte del acuerdo era que tratara su adicción. Convivía con varios problemas a la vez y le dejó de interesar el trabajo. O las limitaciones que se desprendían de esa ocupación. No fue más, dejó de trabajar. 

Sin una ocupación formal ni ahorros, Herrera se las rebuscó como pudo. O como supo. En una entrevista para El Gráfico, el profe Daniel Córdoba -preparador físico del plantel de Lanús campeón en los 90-, lamentó su muerte y dijo que por entonces, había retomado los hábitos delictivos. En la última época, su entorno ya no era el del fútbol. 

Su cuerpo estaba debilitado, no solo por el alcohol sino también porque era portador de HIV. «No sé quien dijo eso, me gustaría saberlo algún día. Mi hermano era diabético nada más. Mi mamá escuchó que tenía eso que decís y se entristeció muchísimo», niega hoy Liliana, su hermana.

La muerte lo encontró en una cama de hospital en el Cruce de Varela. Murió por un poquito de todo. Con cada anécdota, cada quien también ofrece las causas. Dejó, principalmente, recuerdos. Pintados en una pared, encerrados en una canción, exhibidos en un museo y ascensos inmortalizados en el recuerdo de hinchas con distintas camisetas, que no es poco.

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