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“Hasta acá, ¡basta!”: el grito de un policía agazapado en una estación de servicio que desató una masacre

Se cumplen 22 años de la Masacre de Floresta. El 29 de diciembre de 2001 Maximiliano Tasca, Cristian Gómez y Adrián Matassa fueron asesinados por la espalda por el suboficial retirado de la Federal Juan de Dios Velaztiqui. En diálogo con TN, Silvia Irigaray, madre de una de las víctimas, compartió su historia de resiliencia.

Luciana Soria Vildoza

23 de diciembre 2023, 05:57hs

Video Placeholder El 29 de diciembre de 2001 Maximiliano Tasca, Cristian Gómez y Adrián Matassa fueron asesinados por la espalda por el suboficial retirado de la Federal Juan de Dios Velaztiqui. (Foto: gentileza Silvia Irigaray)

El 29 de diciembre de 2001 un suboficial retirado de la Policía Federal que trabajaba como custodio en una estación de servicio fusiló por la espalda a Cristian Gómez, Adrián Matassa y Maximiliano Tasca. El caso se conoció como la Masacre de Floresta y es una de las historias más dolorosas que dejó aquel fin de año trágico.

“Eran tres jóvenes plenos de vida”, dijo a TN Silvia Irigaray, la mamá de Maxi, una de las víctimas. Y afirmó: “Todos los años cuando llega diciembre recordamos como se ‘desnudó’ un régimen que aún seguía en el poder, se convirtió en una fecha muy dolorosa para todos”.

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El alivio para las familias y amigos de los tres jóvenes asesinados llegó un año después con el juicio, en el que Juan de Dios Velaztiqui se convirtió en el primer policía condenado a prisión perpetua por violencia institucional en la Argentina.

“La muerte de un hijo es insoportable, se nos rompe algo adentro y hay que poner voluntad para no derrumbarnos”, afirmó Silvia, que en los 22 años que pasaron desde ese momento eligió el camino del amor y la resiliencia. “El dolor fue el maestro que dio sentido a mi vida”, reflexionó.

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“Una vez les toca a ellos”

Maxi y Cristian tenían 25 años y eran amigos de la infancia. Con Adrián, dos años menor que ellos, los unió el barrio y el fanatismo por All Boys, club del que los tres eran hinchas. La madrugada del 29 de diciembre de 2001, volvían de jugar al pool y decidieron parar a tomar algo en la estación de Gaona y Bahía Blanca.

Allí se encontraron con otro conocido, Enrique Díaz, y se sentaron todos juntos a tomar una cerveza mientras miraban por televisión el cacerolazo en Plaza de Mayo que reclamaba contra el gobierno interino de Adolfo Rodríguez Saá.

En medio del clima de tensión en el que estaba inmerso el país, y todavía con la imagen demasiado fresca de las decenas de muertos por la represión policial de la semana anterior, cuando los jóvenes vieron en la tele a un grupo de manifestantes golpear a un uniformado, Maximiliano Tasca reflexionó en voz alta: “Y… Una vez que les toca a ellos…”.

La estación de Floresta donde ocurrió el triple crimen, en Gaona y Bahía Blanca. (Foto: captura TN).

La estación de Floresta donde ocurrió el triple crimen, en Gaona y Bahía Blanca. (Foto: captura TN).

La sentencia de muerte

Velaztiqui ya estaba sentado, solo, en una mesa en el fondo del local cuando llegaron los jóvenes. Callado, como agazapado, siguió desde su lugar los movimientos de los amigos sin que ellos notaran siquiera su presencia, hasta que escuchó el comentario de Maxi y se desató la tragedia.

“Hasta acá, ¡basta!”, gritó el policía de la Comisaría 43°, al que habían jubilado primero y reincorporado después, según contaron después Pablo, el playero, y Sandra, la cajera, los únicos testigos directos del hecho. No fue una advertencia. Tampoco el inicio de una discusión. Fue una sentencia de muerte inapelable.

Video PlaceholderEl ataque fue por la espalda y Velaztiqui vació el cargador de su arma reglamentaria. Maxi y Cristian murieron en el acto. Adrián, gravemente herido, buscó refugio detrás de la caramelera del kiosco antes de perder el conocimiento, y murió horas después en el hospital. El único sobreviviente de la masacre fue Díaz. Desesperado, el joven corrió y así llegó hasta su casa, con el vaso de cerveza todavía en la mano.

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La puesta en escena

Velaztiqui sabía lo que hacía y esto lo dejó claro en cada una de las decisiones que tomó inmediatamente después de cometer los crímenes. Lo primero que hizo fue llamar a la policía y pedir refuerzos porque habían entrado a asaltar el lugar y él había abatido “a tres cacos”.

Después, uno por uno, arrastró los cuerpos hasta el playón, colocó al lado de uno de ellos un cuchillo tramontina que tenía guardado entre sus ropas y ya conforme con la escena que había armado, esperó la llegada de sus colegas.

Cuando los efectivos llegaron, tras escuchar la versión de Velaztiqui, lo subieron a un patrullero. Pero no lo llevaron esposado, sino abrazado. Unas horas más tarde, el playero y la cajera desmentirían al asesino y un grupo de vecinos intentaría tomar la comisaría en reclamo de justicia.

Angélica Van Eek, la mamá de Adrián Matassa. (Foto: gentileza Revista Crítica).

Angélica Van Eek, la mamá de Adrián Matassa. (Foto: gentileza Revista Crítica).

Con el correr de los años, Angélica Van Eek, madre de Adrián Matassa, accedió a una entrevista con IP Noticias y expresó: “Diciembre para mí es una desgracia, me pongo loca. Pasan Navidad y Año Nuevo y me calmo, pero las fiestas ya no son las fiestas”.

Por su parte, en diálogo con el mismo medio, la madre de Cristian Gómez, Elvira Torres, remarcó: “Yo me acuesto y me levanto con Cristian. Y tengo claro que el día en que llegue mi hora de partir, él me va a venir a buscar”.

Graciela y Sonia, hermanas de Cristian Gómez. (Foto: gentileza El Diario).

Graciela y Sonia, hermanas de Cristian Gómez. (Foto: gentileza El Diario).

Una condena inédita

En 2003, la Justicia condenó a Velaztiqui a la pena de 25 años de cárcel. El fallo fue inédito porque se trató de la primera condena a perpetua para un policía por un caso de gatillo fácil.

Diez años después de la resolución judicial, Velaztiqui, que al momento del hecho tenía 62 años, fue beneficiado con la prisión domiciliaria y en 2021, justo cuando se cumplían dos décadas de la masacre de floresta, el policía murió de cáncer en la casa de su hija, en Berazategui, donde cumplía la pena.

“Yo pensaba, al menos estoy frente a un plato de comida: veo los colores de mi comida, puedo mirar la tele, a la gente. Él estaba en la oscuridad. Lo único que yo le pedía a Dios era que él, en esa oscuridad que tenía en su vista, no se olvide nunca el desastre que hizo”, sostuvo en ese momento Silvia Irigaray, en una nota con los medios.

“Tres jóvenes plenos de vida”

A 22 años de aquella madrugada que le cambió la vida para siempre, Silvia Irigaray no oculta su emoción al recordar lo ocurrido, pero también lo convierte en una oportunidad para hablar de superación.

Silvia Irigaray, en la Escuela Vucetich y en el Instituto de Seguridad de la Ciudad (ISSP). (Foto: gentileza Silvia Irigaray).

Silvia Irigaray, en la Escuela Vucetich y en el Instituto de Seguridad de la Ciudad (ISSP). (Foto: gentileza Silvia Irigaray).

“Como mamá de Maxi, después de haber sido atravesada por el dolor que causó la brutalidad de un hombre uniformado, acepté involucrarme en la Formación Policial porque claramente algo estaba fallando”, contó a TN.

De esta manera, participó de distintas charlas con Cadetes tanto en la Escuela Vucetich como en el Instituto de Seguridad de la Ciudad (ISSP). “Les hablo sin odio, ni rencor. Les demuestro que pongo confianza en ellos sin dejar de explicarles que la muerte de un hijo es insoportable”, siguió Silvia.

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Por otra parte, destacó: “Y como las heridas profundas se calman con amor infinito, y yo sigo amando a mi hijo, me gusta contarles que Maxi estaba muy emocionado de poder participar en equipos de voluntarios de la unidad operativa internacional Comisión Cascos Blancos, asistencia humanitaria en desastres y emergencias”.

Silvia Irigaray, la mamá de Maximiliano Tasca. (Foto: Télam).

Silvia Irigaray, la mamá de Maximiliano Tasca. (Foto: Télam).

Y agregó: “Que Maxi aquel 29 de diciembre ayudó a mejorar la vida de algunas personas porque estaba registrado en INCUCAI. Me gusta decir que me convertí en una militante por la donación de órganos y tejidos. ¡Un donante puede salvar o mejorar la vida de varias personas! Es un acto solidario, voluntario y altruista”.

“Otro de mis orgullos es que un 10 de diciembre de 2004 un grupo de mamás nos unimos con mucho amor y nació la Asociación Civil Madres del Dolor”, apuntó Irigaray, que desde ese lugar encontró una forma de poder abrazar, escuchar, llorar con las víctimas. Y también encontró un espacio de mucho aprendizaje.

Sobre el cierre de esta entrevista, la mamá de Maxi concluyó: “Siento que ‘los tres pibes’ están agradecidos porque 22 años después no hay ausencia de amor”.

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