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¿Por qué el derecho de piso?

Tenía 21 años; también un flamante y algo bizarro título de Licenciado en Comunicación Social, orientación Periodismo -sí, así de largo-. Apenas graduado viajé a Buenos Aires para conseguir trabajo de cronista. Era una época en que las redacciones desconfiaban de lo académico por lo que mi grado universitario se mencionaba al pasar. Mirándolo desde hoy, quizás conseguí un puesto relativamente rápido -un par de meses- aunque con bastante maltrato.

Fue en una revista que en aquella época pisaba fuerte y que dirigía un periodista mítico pero poco serio. Tenía una secretaria que lo orquestaba: te citaba un día a las, por ejemplo, cuatro de la tarde y luego de esperar tres horas te decía que volvieras dos días después porque él estaba muy ocupado. Así, no un día sino varios. Finalmente ingresé. Era, claro, un cronista en negro. Pese a ir muchos días muchas horas y de cumplir horario, pasaba factura. Me sentaba en un banquito porque no había sillas suficientes en la redacción y era el más pichi. Siempre me quedó la duda de si el banquito era pura desidia (¿cuánto cuesta una silla?) o una forma de amansamiento.

Tuve pequeños logros -fui, hasta donde sé- el único periodista que le hizo una nota a Mirtha Legrand practicando deportes. De pronto, justo el primer día que los ingleses bombardearon Puerto Argentino me habían dado mi primer franco luego de 30 días de trabajo corrido (en plena Guerra de Malvinas podía entenderlo, pero no por eso avalar que fuera sin contraprestación).

Igual me hubiera presentado en la redacción; sin embargo había aprovechado para viajar a Rosario y pude llegar recién a la mañana siguiente. De patitas en la calle, pues.

Esa era la forma en que los hombres nos hacíamos periodistas tiempo ha. Había lugares más serios, claro, pero existía la idea de que era necesario pagar derecho de piso, sufrir un poco para luego poder ingresar a lo que García Márquez llamó el mejor oficio del mundo. Me levanté rápido, no puedo quejarme por mi carrera posterior, pero siempre me quedó la idea de que sufrí un abuso inmerecido. ¿Alguien creyó que así imponía respeto? Craso error.

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