En muchas ciudades del país, los pequeños comerciantes se enfrentan a una realidad compleja. Deben sostener sus negocios en medio de una economía inestable, afrontar aumentos constantes en costos y, al mismo tiempo, lidiar con una creciente sensación de inseguridad. Para quienes atienden al público todos los días, el riesgo ya no se limita solo a los robos violentos, sino que también incluye estafas más sutiles y engaños que apelan a la empatía o la distracción.
Panaderías, almacenes y otros comercios de barrio suelen convertirse en los primeros lugares a los que recurren quienes piden ayuda. Y aunque muchos comerciantes deciden tender una mano, ofreciendo alimentos, fiando productos o escuchando historias difíciles, ese acto de buena voluntad puede ser aprovechado por quienes actúan con segundas intenciones.
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Eso fue exactamente lo que le ocurrió a Cecilia, dueña de una panadería en barrio Unión, en Caleta Olivia, Santa Cruz, quien decidió colaborar con un hombre que se había acercado a pedir algo para comer. Lo que no imaginó es que, bajo una apariencia de necesidad, se escondía una estafa cuidadosamente planeada que terminaría con la pérdida de mercadería y una profunda sensación de impotencia.
La mujer habló con la prensa, tras el sorpresivo hecho y se mostró indignada.
Ilustrativa-Tiempo Sur
CÓMO FUE EL ENGAÑO A LA PANADERA DE CALETA OLIVIA
El episodio ocurrió el domingo 10 de agosto por la mañana. Un hombre, que ya había pasado por el local el día anterior a pedir algo para comer, regresó y la dueña del comercio le regaló unas raspaditas.
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Sin embargo, el hombre aseguró que tenía una tarjeta de débito, la cual mostró a la mujer. De esta forma, eligió facturas, alfajores y pepitas. Luego, simuló una compra frente al posnet, mientras hablaba por teléfono y se movía con total naturalidad. Pero nunca pasó la tarjeta.
Luego, en un momento de distracción, aprovechó para abrir la puerta y salió corriendo del lugar con la mercadería.
«Cuando me di vuelta, ya lo tenía en la esquina. Me quedó la bronca del engaño, porque uno quiere ayudar y te terminan tomando el pelo«, expresó la comerciante.
«Ahora tengo que pedir que primero me paguen y después les doy las cosas, algo que no tendría que ser así», dijo con resignación
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La panadera realizó la denuncia policial y aseguró que, aunque no conoce al hombre, podría reconocerlo si lo vuelve a ver. También alertó que cada vez hay más personas desconocidas en la zona pidiendo ayuda, lo que genera inseguridad e incomodidad.
«Ahora tengo que pedir que primero me paguen y después les doy las cosas, algo que no tendría que ser así», dijo con resignación.
De esta manera, la víctima habló con los medios para visibilizar la situación y prevenir a otros comerciantes. Aseguró que muchos vecinos atraviesan situaciones similares, pero no se animan a contarlas. «Quise que quede visible para que se sepa lo que está pasando, porque la gente se queda callada y eso no está bueno», cerró.
Con información de El Diario Nuevo Día, redactada y editada por un periodista de ADNSUR