Un reciente artículo de The New York Times analizó la política comercial del presidente Donald Trump, centrada en la imposición de aranceles a decenas de países. La nota expone cómo esta estrategia parte de su visión del déficit comercial como una amenaza para la economía estadounidense, una perspectiva ampliamente cuestionada por expertos en economía.
La decisión de Trump de imponer fuertes aranceles a muchos socios comerciales de Estados Unidos se basó en su convicción de que los déficits comerciales bilaterales representan una injusticia para el país. Según esta lógica, si Estados Unidos importa más de lo que exporta a determinada nación, entonces está siendo «estafado«. Bajo esta premisa, el presidente justificó su medida calificando el déficit comercial como una «emergencia nacional», lo que le permitió aplicar los aranceles de inmediato, según explicó el artículo.
La fórmula que usó su administración fue bastante simple: dividir el déficit bilateral con cada país por el total de importaciones desde ese mismo país. De esa manera, cuanto mayor el déficit, mayor el arancel. Esta metodología afectó a casi 60 países, sin importar si eran aliados tradicionales como Canadá y México, o economías pequeñas como Lesoto o Suiza.
Economistas estadounidenses critican las decisiones de Donald Trump
Pero economistas de distintos sectores critican duramente este enfoque. Dani Rodrik, especialista en globalización de la Universidad de Harvard, fue categórico: «Es totalmente absurdo… No hay otra forma de decirlo, no tiene sentido». Muchos expertos coinciden en que los déficits comerciales bilaterales son una medida distorsionada de la salud económica de un país y no reflejan necesariamente prácticas injustas.
Además, hay factores estructurales que explican estos desequilibrios. Matthew Klein, analista económico en The Overshoot, ejemplifica cómo Estados Unidos tiene superávit comercial con Australia debido a las exportaciones de maquinaria y productos químicos, mientras que Australia tiene superávit con China por su envío de minerales y gas. Este tipo de relaciones encadenadas, comunes en el comercio global, muestran que la balanza comercial bilateral no cuenta toda la historia.
Algo similar ocurre con los Países Bajos y Singapur, que figuran con grandes superávits frente a Estados Unidos simplemente porque actúan como centros logísticos: reciben productos estadounidenses y los redistribuyen a otras partes del mundo. Sin embargo, la estadística solo registra el país de entrada, no el destino final.
Otra crítica frecuente a la política arancelaria de Trump es su carácter indiscriminado. Los aranceles no distinguen entre bienes esenciales, estratégicos o reemplazables, y tampoco consideran si Estados Unidos tiene capacidad real de producirlos. Mary Lovely, economista del Instituto Peterson, resumió la debilidad del enfoque: «La fórmula da un brillo de ciencia a lo que es esencialmente un planteamiento inventado«. Según ella, asume erróneamente que todos los productos importados generan la misma respuesta de los consumidores y que el mercado reaccionará de manera uniforme, lo que está lejos de la realidad.
«¿Cómo responderá la oferta estadounidense al aumento de los aranceles sobre el cacao y el caucho natural de Costa de Marfil? ¿De la misma forma que responde a aranceles más altos sobre la maquinaria procedente de Europa?», se preguntó Lovely.
Desde la administración Trump, el asesor económico Stephen Miran defendió la política al asegurar que el déficit bilateral refleja «la totalidad de las políticas económicas que causan déficits comerciales persistentes» y que este modelo era «el más justo para los trabajadores estadounidenses».
En paralelo, el representante comercial Jamieson Greer señaló en el Congreso que las políticas discriminatorias de regiones como la Unión Europea, Brasil e India habían contribuido a la situación. Describió el déficit como «una manifestación de la pérdida de la capacidad de la nación para fabricar, crecer y construir».
El artículo también menciona que parte del objetivo de centrarse en los déficits bilaterales es combatir el redireccionamiento del comercio tras los aranceles a China. Muchas empresas trasladaron sus operaciones a otros países del sudeste asiático para evitar los aranceles, pero siguieron usando insumos chinos. Eso provocó que el déficit con esos nuevos países aumentara, aunque el déficit directo con China bajara.
Mark DiPlacido, asesor del think tank conservador American Compass, explicó que este cambio obligó a ampliar el enfoque: «Ya no basta con poner como objetivo solo a China… Tiene que haber una línea de base global si queremos que disminuya el déficit comercial general».
Michael Pettis, profesor en la Universidad de Pekín, advierte que el problema es más profundo. Según él, las políticas industriales de países como China, Alemania, Corea del Sur y Taiwán promueven grandes superávits que solo pueden equilibrarse con déficits en otros países, como Estados Unidos. Aun así, Pettis considera que centrarse en los déficits bilaterales «es enfocarse en el problema equivocado».
Por su parte, Rodrik subrayó que no hay relación entre el déficit comercial de un país y su desempeño económico. «¿Quiere realmente Estados Unidos ser una Venezuela o una Rusia?», lanzó, recordando que ambos países tienen superávits comerciales.
Finalmente, algunos expertos sostienen que el verdadero motor del déficit comercial estadounidense es el alto gasto público y los flujos de inversión, no el comercio injusto. Y advierten que si los aranceles reducen el déficit, será probablemente a costa de desacelerar la economía o debilitar la confianza internacional en el dólar.