A los 95 años recién cumplidos -había nacido el 30 de enero de 1930 en San Bernardino, California- ha muerto Gene Hackman, uno de los actores más destacados del mundo hasta hace pocas décadas. Fue encontrado muerto al igual que su mujer, la pianista Betsy Arakawa, de 63 años, en su casa de Santa Fe, estado de Nuevo México, y hasta el momento no se difundieron las causas. Adan Mendoza, sheriff del condado, dijo que “no había indicios de crimen” y que están investigando qué sucedió. Hackman, retirado desde hace dos décadas de las actuaciones, vivía junto a su mujer en una comunidad cerrada, en las afueras de esa ciudad.
En 2004 apareció la que sería su última película, “Bienvenido a Mooseport”, una comedia ligera en la que daba vida a un ex presidente retornando a un pueblo perdido en Nueva Inglaterra. Dos años antes, Gene Hackman había recibido sus últimos premios -acumuló más de 30 entre Oscar, Baftas y Golden Globes- por “Los excéntricos Tenembaum”. Y fue poco después que, entrevistado en el USA Today”, reveló: “Me cansé”.
Ya no lo convencían los papeles para los que lo convocaban, aún cuando pasados los 70 de edad seguía impresionando por su personalidad, su peso actoral. Su talento. Ni siquiera su amigo Clint Eastwood -con quien había compartido la inolvidable “Los imperdonables” y luego “Poder absoluto”, y ahora lo quería en su serie sobre la guerra con Japón- o Alexander Payne, quien lo quería para su también exitosa “Nebraska”, pudieron convencerlo.
Hackman se recluyó en su rancho de Santa Fe, Nuevo México, y desde allí retomó otras de sus aficiones: la pintura y la escritura. La primera, con fines benéficos. Y la vertiente literaria, junto a su amigo Daniel Leninham, un arqueólogo especializado en exploraciones submarinas.
Pero ya era otra historia. La relevante y la que ha trascendido es la de ese imponente actor que estudió en la escuela de interpretación de Pasadena, California, donde también inició su amistad con Dustin Hoffman. Curiosamente, sus profesores les dijeron a ambos que “no corresponden al ideal de belleza del cine” y vaticinaron que no llegarían demasiado lejos.
Hackman había nacido en San Bernardino, hijo de un inmigrante ruso (tipógrafo) y una irlandesa. Contó que desde chico soñaba con actuar (tuvo como ídolos a James Cagney, Errol Flynn y, más adelante, Marlon Brando) pero no lo pudo hacer en su juventud. Con apenas 16 años se alistó en la Marina -tuvo que engañar sobre su edad- y allí ejerció otro oficio que también tendría su influencia en el cine: especialista en radio y sonido.
Pasada la etapa militar, y tras sus estudios en Pasadena, decidió probar suerte como actor en Nueva York (ya había vivido antes en esa ciudad, trabajando como barman).
Gene Hackman debutó en series de TV (Los invasores y FBI) y en el teatro de Broadway cuando ya tenía más de 30 años. Recién apareció en su primera película a comienzos de los 60 con un pequeño papel -que ni siquiera figuró en el reparto- en “Mad Dog Call”.
La película que lo llevó a la fama, aún desde un papel secundario fue la “Bonnie and Clyde” que dirigió Arthur Penn y a la que llegó recomendado por Warren Beatty: Hackman fue nominado al Oscar como mejor actor de reparto.
Hay tres papeles que podrían definirse como consagratorios en la carrera de Hackman. Pero, más allá de ellos o de lo que signifiquen los distintos premios, lo cierto es que a partir de los 70 cada una de sus actuaciones era un espacio para el elogio, la garantía de solvencia (y muchas veces, de la excelencia artística).
El primero de aquellos papeles fue el de Jimmy “Popeye” Doyle en «Contacto en Francia», que le depara el Oscar al mejor actor en 1972. Allí interpreta a un mítico detective, “Popeye” Doyle, que persigue al traficante francés Alain Charnier, encarnado pro otro soberbio actor, el español Fernando Rey.
Lo que viene de allí en más es impresionante y cubre casi todos los géneros: la aventura y la comedia, las películas bélicas y las sentimentales, la guerra y los entretelones políticos, las grandes producciones y las películas de intimidad. Hackman comparte los sets con los más grandes actores de su época y también filma bajo los más notables directores.
Participa en “Un puente demasiado lejos” de Richard Attenborough (1977), “La otra mujer” de Woody Allen (1987) y en “Bajo fuego” (1983) junto a Nick Nolte, sobre el derrocamiento del dictador Somoza en Nicaragua. Ya había sido formidable protagonista de “La conversación” (1974), notable obra de Francis Ford Coppola, y también será, junto a Daniel Defoe, uno de los investigadores de ese canto antirracista: “Mississippi en llamas” de Alan Parker (1988).
Una seria afección cardíaca lo alejó de la actuación a comienzos de los 90, pero su retorno fue igualmente notable, cuando “Los imperdonables”, dirigida y coprotagonizada por Clint Eastwood, le depara su segundo Oscar, ahora como actor de reparto, en 1993.
Hackman ya había compuesto al Lex Luthor de «Superman» y también al reverendo Frank Scott en “La aventura del Poseidón” (1972), otros personajes que dejaron su marca. Este último, definido como “un hombre corriente que enfrenta desafíos formidables sin perder jamás su condición humana, siendo siempre creíble”.
La actividad no decrece después del suceso con Eastwood (estuvieron juntos con “Poder absoluto”) y se lo ve en “La tapadera”, “Wyatte Arp”, “Marea roja”, entre otras. Hasta que llegó el adiós. La pintura. La literatura. Aquí, junto a Leninhan, concretan su trilogía enmarcada en la guerra de Secesión: “Wake of the Perdido Star”, “Justicia para nadie” y “Escape de Andersonville” son sus títulos, aunque no tuvieron la masividad ni la trascendencia del Hackman actor.
Se alejó de todo con la sobriedad con que la que transitó toda su vida actoral. La que dejó tantos títulos y protagónicos inolvidables. La que inscribió el nombre de Gene Hackman entre los grandes del cine.
Los imperdonables
El duelo entre los personajes de Hackman y Clint Eastwood en “Los imperdonables” es memorable. Hasta que el forajido, interpretado por Eastwood, se presenta en un salón del viejo Oeste dispuesto a matar al sheriff Little Bill Daggett (Hackman).
“No merezco esto, morir así, no he terminado mi casa”, alcanza a decir el sheriff, herido. “Lo que uno merece no tiene nada que ver con eso”, replica el bandido. “Lo veré en el infierno, Will Munny” se despide el sheriff. “Lo sé” sentencia Munny/Eastwood.
Se cumplía otra de las citas del personaje de Hackman en la misma obra: “Cuando matas a alguien no sólo le quitas todo lo que tiene, sino también lo que podría llegar a tener”.